Cinco cambios que puedes introducir para mejorar la relación con tus hijos e hijas
Durante el crecimiento y desarrollo de los hijos hay momentos muy gratificantes y alegres, pero también existen situaciones duras y difíciles.
La falta de tiempo para conciliar el trabajo, la casa, la crianza, el ocio, las relaciones familiares y sociales, la pareja, el autocuidado personal…
En ocasiones, se vuelve una tarea verdaderamente difícil mantener un clima de calma y tranquilidad en casa, que nos permita relacionarnos con nuestros hijos e hijas desde la serenidad cuando aparecen dificultades.
Todos sabemos que no existen las recetas mágicas ni pautas que consigan automáticamente que las situaciones cambien.
Pero sí podemos introducir una serie de cambios que, si los mantenemos en el tiempo, pueden conseguir una diferencia importante y mejorar la convivencia familiar.
Como sabemos, el éxito es una suma de pequeños esfuerzos repetidos día a día.
A continuación te presentamos cinco propuestas concretas que son una apuesta segura para mejorar la relación con tus hijos.
1 – Libérate de las presiones impuestas externamente.
Nadie conoce a tus hijos como tú, ni la maestra, profesores, ni los abuelos, ni tus vecinas o amigos. Solo tú sabes lo que realmente necesita tu hijo en cada momento. Aprende a confiar en tu instinto como madre o padre y fíate de tu capacidad de gestionar situaciones difíciles.
Es habitual que cuando nos enfrentamos a una situación complicada con nuestros hijos e hijas nos sintamos juzgadas por otros adultos que pueden estar presentes en la situación, observando cómo nos desenvolvemos o intentamos resolver el conflicto que acaba de surgir con nuestros hijos.
En ocasiones, intentamos actuar teniendo en cuenta la imagen que vamos a dar a los demás. Y eso dificulta enormemente que podamos conectar con nuestros niños, solo añade tensión a una situación ya de por sí complicada y que nos lleva al límite de nuestra capacidad.
La necesidad de aprobación es muy poderosa, aprender a liberarse de ella y dejarla ir es uno de los mayores regalos que te puedes hacer a ti y, por lo tanto, a la relación con tus hijos e hijas.
Los niños te necesitan en ese momento siendo tu misma, acompañando desde el respeto y validando tus propias emociones. Es muy difícil realizar todo esto mientras intentamos cumplir las expectativas que imaginamos que los demás proyectan en nosotras.
Todo mejora cuando dejas de preguntarte ¿Qué va a pensar la gente?
2 – Flexibilízate.
Los niños no responden bien a horarios rígidos o normas estrictas.
Está bien que intentéis mantener unas rutinas en casa, los hábitos ayudan a los niños a anticipar lo que va a pasar, les gustan y les dan seguridad. Sabemos que hay una edad en la que los niños quieren escuchar siempre el mismo cuento o ver la misma película una y otra vez. Las actividades repetitivas les dan sensación de control, conocen bien que va a pasar a continuación y pueden predecir y anticipar las consecuencias, lo que les proporciona seguridad.
Por ello, introducir rutinas estables en nuestro día a día tiene muchos beneficios, pero es frustrante intentar seguir un horario demasiado exigente, ya que os costará trabajo cumplirlo, además de que los beneficios de conseguirlo realmente son bajos.
Puedes probar a intentar mantener un determinado orden en las rutinas de la tarde, pero sin empeñarte en que sea inamovible o en que obedezca a un horario demasiado rígido.
Si la hora del baño es a las 18h, pero está inmerso en una actividad en la que está poniendo toda su atención y concentración (siempre que no sean las pantallas), podemos retrasarlo a las 18:30h sin que eso signifique un gran descontrol en el resto de la tarde.
Flexibilizar los horarios es una de las mejores pautas que podemos aplicar cuando hay niños en casa. La puntualidad suele ser difícil de conseguir, ya que los ritmos infantiles no conocen los relojes externos.
Les podemos ir introduciendo, poco a poco, el concepto del tiempo y ayudarles a gestionarlo, pero teniendo en cuenta que es una tarea larga y que necesita mucho apoyo.
Lo mejor que podemos hacer por la convivencia familiar es relajarnos y aprender de su visión del tiempo, que tanto puede enseñarnos. ¿Cuándo fue la última vez que paraste y decidiste tomarte la vida con calma? ¿Siempre que vas apresurada realmente tienes prisa? ¿De manera automática instas a los niños a que se den prisa cuando realmente no hay ninguna necesidad de correr?
A los adultos nos cuesta mucho bajar el ritmo y relajarnos, incluso cuando nos encontramos de vacaciones o disfrutando del fin de semana.
En esto los niños tienen mucho que enseñarnos. Disfruta contemplando su manera de relacionarse con el mundo.
Es difícil ser niño en un mundo de adultos estresados y con prisas.
3 – No comiences discusiones que te restan
Elige bien los temas por los que realmente merece la pena tener un enfrentamiento con tus hijos. Todos ellos no son igualmente importantes, elige lo que realmente quieres conseguir y céntrate en ello
En ocasiones, si nos observamos bien y somos sinceras con nosotras mismas, nos descubriremos discutiendo con los niños por la necesidad de imponer nuestro criterio y no porque realmente consideremos que es un tema importante por el que merece la pena acabar con la paz en casa en ese momento.
Por otro lado, los niños están aprendiendo y necesitan equivocarse. En muchas ocasiones, la acción que han llevado a cabo (por ejemplo, tirar el agua y mojarse, además de asustarse porque se ha roto el vaso) lleva implícita una consecuencia natural que ya ha sido desagradable, por lo que no es necesario que les “regañemos para que aprendan”, la vida ya que te hace aprender por si misma que hay momentos dolorosos y que las cosas no siempre salen como nosotros queremos.
Por ejemplo, un niño jugando en el salón de casa de los abuelos, puede tirar una pelota hacia arriba y romper uno de los jarrones que tiene la abuela en una estantería.
En ese momento, es muy probable que él se sienta muy mal por lo que ha pasado, el niño solo quería jugar, pero no deseaba romper nada de la abuela. Se siente avergonzado y culpable.
Quizá en esta situación no sea necesaria una bronca extra, que solo sumé más tensión a la situación y le haga sentir peor. No hace falta que como padres hagamos que “se dé cuenta”, él ya se ha dado cuenta solito de que ha cometido un error y ha ocurrido algo malo.
Podemos pedirle que nos ayude a barrer el jarrón roto, decirle lo siento a la abuela, si así lo sentimos o intentar arreglarlo o reemplazarlo.
Acoger su emoción en ese momento y abrazarle, puede ser lo que más necesite. Eso no es reforzar lo que acaba de hacer, ni decirle de manera indirecta que lo que acaba de ocurrir está bien, simplemente es permitirle su tristeza y ayudar a canalizarla.
Por otro lado, en ocasiones multitud de cosas que nos ocurren en el día, el cansancio acumulado, el trabajo, la casa, la compra, las extraescolares, nuestra relación de pareja, los recados sin hacer y, sobre todo, el estrés, pueden afectar a nuestro estado de ánimo.
En ocasiones al final del día, podemos estar en el límite de nuestras fuerzas y no poder lidiar con esa energía infantil que parece revitalizarse por la noche.
Es un momento peligroso para comenzar una discusión, quizá el origen no esté en algo que han hecho los niños, si no en nuestra incapacidad para poder asimilar más cosas en el día y nuestra necesidad de calma.
Plantéate antes de perder la paciencia, gritar, castigarles y luego, casi inmediatamente, sentirte culpable y no saber cómo actuar, a respirar hondo y plantearte si merece la pena comenzar una discusión por ese motivo, o hay otros factores que pueden estar influyendo en tu estado de ánimo.
Este ejercicio realmente necesita de mucha honestidad, porque es más sencillo sacar hacia fuera nuestro enfado, tristeza, frustración o estrés y culpar a alguien de lo que está pasando, que asumir nuestra responsabilidad en nuestro propio estado de ánimo.
Los niños son especialmente propensos a recibir la frustración externa de los adultos, por situaciones que no les corresponden, cuando los verdaderos motivos son otros.
Es recomendable ser consciente de que esta situación ocurre, para poder predecirla y detectarla cuando se está produciendo pero, sobre todo, antes de que ocurra.
Asumir nuestra verdadera emoción y estado de ánimo no es algo sencillo. Y la infancia, como casi siempre, en esto se lleva la peor parte.
No saben nombrar lo que está pasando, interiorizan que algo están haciendo mal aunque realmente no esté ocurriendo nada y se convierten en el objeto por el que se canalizan frustraciones externas.
4 – Prueba a expresar solamente cinco indicaciones al día.
Este ejercicio realmente es complicado, pero ayuda a mantener el autocontrol y a ser consciente de la cantidad de órdenes e indicaciones que damos a los niños y niñas sin darnos cuenta.
Es normal encontrarnos en la hora de la cena con órdenes como:
“Siéntate bien”, “Coge bien el tenedor”, “Vas a tirar el agua”, “Come más deprisa”…
¿Realmente son todas importantes? ¿Nos cuesta controlar nuestra necesidad de intervenir en casi todo lo que hacen nuestros hijos e hijas? Valora lo realmente importante y aprende a dejar pasar lo que se basa y nace en nuestras necesidades, y no en las de ellos.
La autoridad no puede malgastarse, ya que no nos quedará disponible para utilizarla en cosas importantes, como no irnos con desconocidos.
Si continuamente estamos haciendo pequeñas correcciones, los niños se acostumbrarán a escuchar nuestra voz en tono reprobatorio por muchas de sus acciones.
Además del enorme impacto negativo que tiene esto en su autoestima, aprenderán a no dar tanta importancia a lo que dices.
Es más recomendable, proporcionar pocas indicaciones pero realmente importantes, con lo que conseguirás que sean también más efectivas.
Por eso te recomiendo que intentes limitar a cinco las peticiones que les hagas a tus hijos al día. En este caso tendrás que analizar cuáles no son tan importantes y a dejarlas ir.
Comprobarás que no pasa nada si no les recordamos varias veces que hablen más bajo o que tengan cuidado.
Con este ejercicio, poco te irás dando cuenta de la cantidad de correcciones pequeñas que realizas, que realmente son insignificantes pero que se traducen en continuas llamadas de atención a tus hijos y que van deteriorando vuestra relación y su autoestima.
5 – Disfruta del buen humor en familia.
Las bromas, risas, bailes, cosquillas, juegos, etc., son la parte más bonita de la crianza, que muchas veces pasamos por alto por nuestro ritmo de vida acelerado, pero también por la necesidad de controlar.
La conciliación es difícil, los horarios de colegio, comidas, cenas, baños y deberes lo hacen más complicado, pero si nos encargamos solamente de la parte aburrida y, a veces, nos olvidamos de la realmente bonita, nos estamos quedando con la peor parte de la crianza.
Podéis disfrutar de actividades que os gustan juntos, aprovechar el momento del desayuno con menos prisas si nos levantamos antes, despertarles con música agradable…
El lenguaje que utilicemos en nuestro día a día, con nosotros mismos y con los demás marcará la diferencia en nuestro humor.
Detectar nuestras frases negativas para intentar sustituirlas por otras puede ayudar mucho a mejorar el clima en casa.
Algunas de las frases más recurrentes suelen ser:
“No seas pesado”, “que te he dicho que no”, “ya estás como siempre”, “déjame un rato tranquila”, “estate quieto”…
Este tipo de afirmaciones tienen un impacto realmente negativo en la salud emocional de los niños y en nuestro humor, además de que la efectividad suele ser baja. Pedirle a un niño que se esté quieto es como pedirle a un árbol que no crezca.
Intenta detectar tus afirmaciones negativas y sustituirlas por otras más positivas o, directamente, elimínalas.
El impacto que tiene el lenguaje sobre tu estado de ánimo es más poderoso de lo que piensas, utiliza ese poder para tu propio beneficio.
Disfruta, ríete, juega y vuelve a conectar con tus niños y contigo mismo. Es la parte más bonita de la vida.
Esperamos que te haya sido de gran ayuda este artículo sobre los cambios que puedes introducir para mejorar la relación con tus hijos e hijas.
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