Las redes sociales actualmente forman parte de nuestro día a día.

Prácticamente todas las personas realizan un uso directo de las redes sociales, y las que no, están vinculadas de muchas maneras indirectas a ellas, lo que hace que también estén en contacto con este tipo de plataformas.

Dado el protagonismo que tienen las últimas tecnologías en nuestro día a día es necesario educar a los niños desde que son pequeños para que puedan aprender cómo gestionarlas y usarlas de manera beneficiosa para ellos.

En este artículo abordaremos las siguientes preguntas:

  • ¿A qué nos referimos con usar las tecnologías de una manera beneficiosa?
  • ¿Cómo gestionar con niños y adolescentes el uso del teléfono móvil?
  • ¿Cuándo debemos tomar medidas e intervenir para gestionar el uso del teléfono?
  • ¿Cuántas horas son adecuadas para el uso del móvil?
  • ¿La sociedad propicia que cada vez usemos más el teléfono?
  • Mi hijo tiene adicción al móvil ¿Le quito el teléfono?
  • ¿Provocan comparaciones peligrosas las redes sociales?
 ¿A qué nos referimos con usar las tecnologías de una manera beneficiosa?

Internet nos permite acceder a todo tipo de contenidos, entre ellos, contenidos de carácter divulgativo que puede ayudar a niños y adolescentes a encontrar información de manera rápida y eficaz, ahorrando tiempo, puesto que estamos a un solo click de todo tipo de conocimiento, además de constituir una gran herramienta para ampliar información.

Además, aprender a usar de una manera “beneficiosa” las nuevas tecnologías permite que los adolescentes el día de mañana conozcan una gran variedad de herramientas, como las redes sociales, que permiten buscar y encontrar trabajo, hasta plataformas online que permiten continuar con su formación, ya que muchos grados universitarios y máster oficiales empiezan a impartirse en modalidad 100% online.

¿Cómo gestionar con niños y adolescentes el uso del teléfono móvil?

Es necesario establecer una serie de acuerdos en cuanto al uso del teléfono y del tiempo que se dedica a las redes sociales o a diversos contenidos multimedia, puesto que el tiempo de uso de este tipo de aparatos debe repartirse también con el tiempo que se le dedica a otros aspectos de la vida cotidiana, como puede ser ayudar en las tareas de la casa, hacer deberes, realizar actividades extraescolares, etc.

A ciertas edades es difícil gestionar el uso del teléfono móvil, como habitualmente ocurre en la adolescencia. En la adolescencia tienen lugar momentos vitales muy significativos, florece la búsqueda de la independencia y aumenta la necesidad de sentir que se pertenece a un grupo. Y precisamente las redes sociales contribuyen a que los adolescentes se sientan pertenecientes a una comunidad.

Estar al tanto de las últimas tendencias en redes sociales favorece la interacción entre los adolescentes y, a menudo, estos temas protagonizan muchas de sus conversaciones.

Es difícil concebir a un adolescente no haga uso, en mayor o menor medida, de las redes sociales, ya que a su alrededor gran parte de lo que ocurre gira en torno a ese “mundo virtual”. Por ello, debemos entender que los adolescentes quieran hacer uso de las redes sociales y que inviertan gran parte de su tiempo en este tipo de plataformas. Por todo esto, es normal que en la adolescencia los padres vean que el uso del móvil por parte de sus hijos aumenta.

¿Cuándo debemos tomar medidas e intervenir para gestionar el uso del teléfono?
  • Cuando genera interferencia en actividades de la vida cotidiana de manera acusada. El uso del teléfono móvil no puede suponer el olvido o incumplimiento de las tareas del día a día, es decir, debe existir responsabilidad en cuanto al uso del teléfono, repartiendo el tiempo que se dedica a estar “conectado al mundo virtual” y el tiempo que se le dedica al estudio, a realizar actividades de ocio, a colaborar en el hogar, etc.
  • Cuando la persona manifieste conductas inapropiadas si no puede atender el teléfono. En ocasiones el no poder atender el teléfono propicia en algunas personas síntomas de irritabilidad, falta de autocontrol, nerviosismo, inseguridad… Estas pueden ser señales que indiquen que existe cierta adicción y dependencia. En este tipo de casos se debe intervenir puesto que existen momentos en las que no será posible o adecuado usar el teléfono móvil y esto no debe suponer un malestar tan desproporcionado para la persona en cuestión.
  • Cuando se observe que la persona no sabe diferenciar que lo que ocurre en el mundo virtual no es la realidad. A nivel psicológico existen numerosas consecuencias que genera la adicción al teléfono y en concreto a determinadas redes sociales. Es peligroso no saber diferenciar entre la realidad y el mundo virtual y esto está muy vinculado a problemas muy serios de autoestima y aceptación. Existen personas que son incapaces de tomarse una foto sin usar un filtro, o sin retocar una imagen. El estar expuesto constantemente a las “vidas perfectas” que nos muestran los influencers puede generar mucha frustración. Comparamos nuestras vidas con las que muestran los demás en las redes sociales y nos sentimos en muchas ocasiones insatisfechos. Se generan necesidades que se basan en aspectos superficiales.

¿Cuántas horas son adecuadas para el uso del móvil?

No hay una respuesta única a esta pregunta, ya que dependerá de multitud de factores, como la edad del niño o el adolescente, su nivel de madurez, actividades de ocio alternativas que practica, acompañamiento o no en el uso de los dispositivos electrónicos, etc.

  • Sí es necesario que abordemos el uso que se le da al teléfono y a qué tipo de contenido acceden los niños y jóvenes, cómo les hace sentir ese contenido y en qué momento hacen uso del móvil.

Las personas adultas estamos acostumbrados a mirar el teléfono en reuniones sociales, cuando desayunamos, comemos, cenamos e incluso cuando estamos trabajando o estudiando. Nuestro ejemplo será fundamente a la hora de educar en el uso de los dispositivos electrónicos.

  • Tenemos que acompañar a nuestros adolescentes para que aprendan a gestionar el uso dependiendo de la situación en la que se encuentran, no es lo mismo estar con el móvil un domingo por la tarde en su tiempo de descanso cuando ya ha terminado de realizar sus tareas, que no poder dejar de utilizarlo en una comida con los abuelos, a los que hace varias semanas que no ve. Podemos explicarle cómo el móvil le aleja de la gente a la que quiere y genera una barrea invisible que dificulta que nos comuniquemos con él.
  • También será necesario que aprenda a gestionar el contenido al que accede y a reconocer el impacto que produce en su vida. Primero tendremos que supervisar de cerca el uso del móvil o internet, para ir cediendo paulatinamente el control cuando aumente su capacidad de distinguir entre los tipos de contenidos.
  • También el momento del día en el que consultamos las redes puede tener un impacto mas o menos fuerte en nuestra rutina. Un simple vistazo al WhatsApp o a Instagram nada más levantarnos ya nos puede condicionar el día, nos afecta de tal manera todo aquello que está dentro de las redes sociales que en muchas ocasiones condiciona nuestro estado de ánimo desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Por tanto, no es tanto la cantidad de horas que le dedicamos si no lo qué hacemos con ese contenido al que accedemos.

¿La sociedad propicia que cada vez usemos más el teléfono?

La vida de las personas cada vez está más vinculada al uso del móvil.

Antes, si querías disfrutar de una comida especial tenías que ir hasta el restaurante, ahora con un simple click tienes a tu alcance toda la comida que quieras sin moverte de casa, y lo mismo sucede con la ropa, los regalos e incluso con el trabajo. Ahora podemos gestionar infinidad de aspectos de nuestra vida cotidiana mediante el móvil; esa comodidad al final tiene un precio, y ese precio reside en que si quieres esas facilidades debes hacer uso del teléfono móvil y de todo lo que esto mismo supone.

El uso del teléfono nos facilita en muchas ocasiones la vida, pero también debemos contar con ciertas consecuencias negativas. La necesidad de estar siempre conectado a un mundo virtual provoca olvidar que la vida no está dentro de un teléfono móvil. Existe una desvinculación muy peligrosa porque “lo que no se publica, no existe”. En ocasiones, el estar constantemente conectado y pendiente del teléfono nos impide disfrutar de la compañía de las personas que nos rodean, nos centramos más en compartir una foto del postre que estamos tomando o en publicar el último viaje que hemos hecho y olvidamos disfrutar del momento presente. La realidad es que de nada sirve publicar fotos de un lugar precioso cuando ni siquiera te has detenido a disfrutar o a saber más de él.

Además, la necesidad de estar constantemente conectado genera en ocasiones una sensación de inseguridad e inquietud. Es decir, el hecho de no poder revisar el móvil con frecuencia genera una sensación de falta de control e incluso de vulnerabilidad. Es un miedo a que suceda algo dentro de ese “mundo virtual” que no se pueda controlar o atender de manera inmediata.

Mi hijo tiene adicción al móvil ¿Le quito el teléfono?  

Cuando existen casos de adicción al teléfono móvil o aparatos similares, debemos entender que esta adicción debe ser tratada como el resto de adicciones.

Es decir, quitar de golpe el acceso al teléfono móvil, a los videojuegos o a las redes solo propiciará el sentir una necesidad aun mayor de tener acceso a ello.

Cuando se pretende reducir el uso que le damos al teléfono móvil, debemos primero tener claro el por qué es beneficioso para nosotros reducir ese consumo y hacerlo de manera gradual.

En casos en los que la situación sea incontrolable y genere un alto malestar e interferencia en la vida, es recomendable acudir a personas especializadas para conseguir reconducir esta conducta y que el uso del teléfono móvil no se convierta en un motivo de sufrimiento y discusiones para toda la familia.

¿Provocan comparaciones peligrosas las redes sociales? 

Un problema que se deriva del uso de las redes sociales donde las personas muestran su día a día, es el impacto que esto tiene en la autoestima de quien observa.

Comparamos múltiples aspectos de nuestras vidas con aquello que se muestra en las redes sociales como puede nuestro estilo de vida, nuestro carácter, nuestro físico, etc.

En la adolescencia el problema que suele ocurrir es que a menudo los jóvenes comparan lo “peor” de ellos mismos con lo “mejor” que ven en los otros, olvidando en muchas ocasiones que estos aspectos externos que observamos pueden ser fingidos.

Nuestras habilidades y manera de ser no pueden compararse de una manera justa y adecuada con el del resto de personas y conviene recordárselo a nuestros hijos:

  • Todos somos únicos y singulares.
  • A menudo estas comparaciones no se hacen de manera adecuada, cada uno lleva consigo una “mochila” que no puede compararse con la de los demás; solo nosotros sabemos lo que hemos vivido y lo que somos, y no podemos comparar de manera equitativa todo esto con la vida de otras personas que apenas conocemos.
  • A menudo ponemos toda nuestra atención en aquello que no tenemos y creemos que si obtuviéramos seriamos mejores o más felices.
  • Al compararnos con otros corremos el riesgo de perder nuestra seguridad y aumentar nuestra ansiedad puesto que comparamos aquello que los demás tienen con aquello que nosotros suponemos que nos falta.

El hecho de estar comparándonos continuamente refuerza el propio hábito de compararnos más con los demás.

Y podemos generalizar esta compararnos en diferentes ámbitos de nuestra vida, es decir, no solo comparar nuestras vidas con aquellas que muestran los influencers, si no también comenzar a compararnos con nuestros amigos, compañer@s de clase, familiares, etc.

Está bien querer ser mejores siempre que ello nazca de la propia voluntad.

Quizás podemos tener un amigo del cual admiramos su empatía y nos gustaría a nosotros mismos ser más empáticos y podemos comenzar a trabajar en ello. Admirar no es lo mismo que envidiar. Y a menudo lo que sucede con las comparaciones es que no admiramos como es la otra persona, si no que envidiamos aquello que es porque creemos que quizás nosotros no podríamos ser así o tener todo aquello que esa persona tiene.

Por tanto, tener aspiraciones es bueno, querer ser “mejor persona” o querer aspirar a tener determinados comportamientos y actitudes es sano, pero esto siempre debe nacer de la admiración hacia la otra persona que posee ese tipo de cualidades.

Igualmente, debemos saber que cada uno de nosotros posee una serie de virtudes innatas y que debemos valorar y cuidar independientemente de aquellas virtudes que puedan poseer otras personas. Concebirnos como personas valiosas y útiles favorece que no necesitemos compararnos constantemente con las demás personas de nuestro entorno.

Cabe destacar que es igual de perjudicial compararnos con otras personas por lo que nosotros no tenemos como compararnos con otros por lo que nosotros sí tenemos. Es decir, sentirnos más valiosos porque poseemos ciertas cosas que otra persona no tiene tampoco tiene ningún beneficio.

Al final se cumple la misma dinámica: nuestro bienestar siempre va a depender de otros, de que tengan o no tengan algo que para nosotros es importante.

Esto pone de manifiesto una idea muy importante que gira en torno a las comparaciones: ponemos el foco en los demás. Solo nosotros podemos convertirnos en mejores personas y en personas a gusto consigo mismas; los cambios solo se logran cuando ponemos el foco en nosotros mismos y en nuestro esfuerzo. La única persona con la que debemos compararnos es con la persona que fuimos en el pasado y con la persona que queremos ser en el futuro.