Para abordar el complejo tema de la comunicación respetuosa y el poder que tienen nuestras palabras, comenzaremos con un ejemplo. Destacaremos que el ejemplo es real, pero los nombres son ficticios:

Luis es el padre de María y Sonia. María tiene 7 años y Sonia, 3 años.

Los 3 están esperando en el supermercado para pagar, cuando de repente Sonia le mete el dedo a María en el ojo, y María para defenderse le muerde la mano a Sonia. En este momento, Sonia comienza a llorar y Luis le da una torta en la cara a María mientras le dice:

-¡No pegues a tu hermana!, ¡Pegar está mal!

 Acto seguido, María comienza a llorar y le dice a su padre que ha sido su hermana quien ha empezado la pelea, a lo que Luis responde pegándole un azote a Sonia y diciendo:

-¡Cómo vuelvas a pegar a tu hermana te vas a enterar!

Luis pretende transmitir la idea a sus hijas de que pegar está mal, mientras que él está haciendo exactamente lo mismo con ellas. Lo hace a través del grito y la violencia, transmitiendo la idea de que a partir de ello se consigue el poder, la autoridad y la razón.

Es fácil entender que esta situación es muy dañina para la educación de las niñas y que Luis se ha descontrolado, pero la pregunta entonces para muchas familias es:

¿Qué podemos hacer en estos casos?

Vamos a analizar a continuación algunas cuestiones que podemos tener en cuenta para dar una mejor respuesta a este tipo de conflictos.

✓  Primero, recuperar el control como adultos

Casi todas las familias desean conocer alternativas educativas distintas a los gritos, los insultos o cualquier otro castigo de esta índole.

Pero antes de pensar en cómo actuar con las niñas en esta situación, o cómo abordar la resolución de este conflicto, es necesario analizarnos como padres, madres o educadores.

Algunas preguntas que nos pueden ayudar en este autoanálisis podrían ser:

¿Qué me pasa a mi cuando mis hijas se pelean? ¿Por qué me enfada a mi ver a mis hijas enojadas cuando el conflicto no es mío, si no que soy la persona de la que se espera que pueda mediar? ¿Yo soy un buen modelo a la hora de resolver los conflictos? ¿Cómo me expreso yo cuando estoy enfadado, especialmente con las niñas? ¿Quiero que ellas aprendan lo que yo hago? O por el contrario ¿Existe una contradicción entre lo que yo digo y lo que hago? (Por ejemplo, decir “no se pega”, pegando).

 ✓  Ofrecer alternativas a la agresión

Se trata de analizar con las niñas qué podíamos haber hecho de otra forma, plantear alternativas de actuación centrándonos en maneras más adecuadas de resolver conflictos.

De esta manera, Luis explicará con tranquilidad y firmeza a Sonia que ha hecho daño a su hermana y que pegar a las personas no está bien. Pediremos a Sonia que se relaje, quizá incluso tengamos que intervenir para asegurar que no existe un daño real hacia su hermana, pero cuando ambas están más calmadas podremos abordar alternativas de actuación con las dos. No debemos olvidar la etapa evolutiva en que se encuentra cada niña, con María se razonará de una manera y con Sonia de otra.

Después, Luis le pedirá a María que si su hermana la vuelve a agredir, puede avisarle para que intervenga. En definitiva, la estaremos enseñando a no permitir que la agredan, pero sin justificar que ella pueda usar esa misma violencia en esos casos.

✓  Posibilitar que se restaure el daño

Siempre tenemos que plantear la posibilidad de restaurar el daño, por ejemplo, preguntando si le duele, si hay algo que podamos hacer por ella, como ponerle agua fría donde le ha mordido o pidiendo perdón si de verdad las niñas lo sienten así, no como una fórmula repetitiva pero carente de sentido, ya que sabemos que muchos niños piden disculpas porque se sienten obligados por los adultos, cuando realmente no lo sienten.

 Cuando ambas se tranquilicen y puedan abordar el conflicto desde otro sitio, es un buen momento como padre para reflexionar con ellas sobre lo que ha ocurrido.

✓  La agresión en los niños puede estar justificada, en un adulto, nunca.

Para que todo esto pueda llevarse a cabo, el verdadero actor principal es Luis, su padre, ya que si como adulto, el enfado de sus hijas provoca su propio enfado, muy probablemente no podrá atender este momento desde la calma y entendiendo que sus hijas son dos niñas con necesidades emocionales distintas y con menos capacidad de reflexión que la puede tener él como adulto.          

El córtex prefrontal de las niñas todavía es inmaduro y eso provoca que la reflexión y autocontrol todavía no se hayan conseguido del todo, es habitual que cuando los niños sienten frustración puedan contestar desde la violencia, poco a poco con acompañamiento, educación y paciencia irán integrando otras respuestas más complejas y sofisticadas.

Lo que no está en absoluto justificado es que su padre, un adulto racional y además encargado de la educación y seguridad de sus hijas, use la violencia como método de control de la conducta de las niñas.

Además de que es cruel porque ejerce un daño físico deliberado a sus propias hijas (imaginemos el impacto que tiene para ellas, que su padre, al que quieren y admiran, sea el que les genere un daño físico), también es totalmente ineficaz como estrategia educativa, ya que ignora cómo se sienten ellas y no da una verdadera respuesta al conflicto.

¿Por qué se han enfadado sus hijas? ¿Qué ha pasado antes de que se agredieran? ¿Cómo han llegado a esa situación? ¿Quizá están cansadas de estar en el supermercado después del colegio? ¿Ha podido pasar algo más en su día que justifique hoy estén más irascibles?

Si su padre “soluciona” el conflicto con más violencia, solo habrá conseguido enseñar a sus hijas que cuando alguien nos pone nerviosos o hace algo que nosotros consideramos erróneo, la agresión está justificada, incluso que podemos utilizar la violencia para terminar con una situación difícil.

Si cuando las niñas están calmadas, hablamos con ellas sobre la situación pero, sobre todo, abordamos cómo podríamos actuar si nos volvemos a sentir mal con nuestra hermana, generaremos alternativas de comportamiento o de actuación que puedan emplear para cuando vuelva a darse esa situación.

Ahí se encuentra el verdadero aprendizaje.

✓  Vayamos con otro ejemplo del poder de la palabra

Es lunes, José y Marta, su madre, se disponen a hacer los deberes juntos.  José está aprendiendo a multiplicar en el colegio. Las matemáticas no se le dan muy bien.

Marta explica a José las tablas de multiplicar varias veces, José tiene dificultades con la tabla del 6. Comienzan a repasarla y José se equivoca, a lo que Marta responde:

-¡La hemos repasado 2 veces y todavía no te sale bien!, ¿Estás tonto José o qué te pasa? ¡Así no vas a aprobar jamás las matemáticas!

Imaginemos por un momento cómo se siente José. Después de esforzarse, no obtiene los resultados que quiere: aprender la tabla del 6. Y ante el fracaso, Marta, en vez de apoyar a su hijo y plantear otras alternativas de aprendizaje, comienza a gritar y le dice que jamás aprobará.

Como adultos, podemos ver esta situación como inofensiva, pero para un niño lo que sus padres le dicen representa la verdad absoluta. Si siempre que José se equivoca recibe comentarios del tipo: jamás lo conseguirás, lo estás haciendo fatal, etc. El niño tendrá una mayor dificultad en el futuro para reaccionar de forma adaptativa a los problemas que le surjan en el día a día, porque no le han enseñado a desarrollar estrategias de afrontamiento de los problemas.

Además, ese tipo de comentarios despectivos le harán creer que, por una equivocación, no conseguirá las cosas que se propone, aunque se esfuerce.

✓  Adultos y niños/as no somos distintos. A nadie nos gusta que nos traten mal

La violencia y los gritos nunca serán métodos de aprendizaje. Tampoco lo son los comentarios despectivos, los insultos o las amenazas.

La infancia tiene como referentes a sus padres, madres y personas más cercanas, como abuelos o maestras. Tomarán por válido todo aquello que les digamos. Por esta razón debemos comprender la importancia y el efecto que nuestras palabras tienen sobre ellos.

Y esto es aplicable para cualquier edad, las palabras determinan, se quedan marcadas y pueden hacer mella en la autoestima. Los niños y niñas construyen su autoconcepto y su autoestima en función de lo que nosotros, padres, madres, profesores, familiares etc. les aportamos y les comunicamos.

Puede que algunos lectores os hayáis sentido identificados con alguno de los ejemplos. Y ese es un gran paso. El camino para cambiar ese tipo de comentarios es darse cuenta de que los hacemos, y a partir de ahí construir el cambio.

En el caso de Marta, si cada vez que José se equivoca le responde diciéndole que es tonto o que no es útil a pesar de que se esfuerce, José crecerá pensando que por muchos esfuerzos que haga no conseguirá lo que se propone, cuando se le presente algún problema en su vida le faltará confianza en sí mismo y estrategias de afrontamiento para buscar soluciones.

Cuando un niño se equivoca o comete un error de esta índole debemos transmitir cariño y comprensión. En el caso de Marta y José podríamos decir “José, no pasa nada por equivocarte con la tabla del 6. Sé que te estás esforzando y vamos a seguir trabajando con las matemáticas para que mejores en ellas”.

De esta manera, José se sentirá apoyado, sentirá que su esfuerzo sirve de algo, aunque de momento no se haya aprendido la tabla de multiplicar, y entenderá que con esfuerzo podrá conseguir aprenderla. Además, normalizaremos el error y José entenderá que equivocarse forma parte de la vida, que el error puede existir y que la solución no es alarmarse o darse por vencido, si no que ante el error debemos generar soluciones alternativas.

A continuación, analizaremos algunos aspectos o situaciones relacionados con la comunicación dirigida a la infancia y la adolescencia

  • ¡Pero si eso es una tontería!

No debemos desvalorar las preocupaciones de los niños, niñas y adolescentes. Lo que para las personas adultas puede suponer algo insignificante, para un niño puede suponer un gran motivo de malestar.

Si un niño o un adolescente acude a nosotros contándonos un problema o una preocupación y nosotros respondemos quitándole importancia, ridiculizando la preocupación o quitándole atención estamos negando su realidad.

Lejos de ignorar esa preocupación, podemos optar por hacer preguntas del tipo ¿Cómo puedo ayudarte?, ¿Qué consecuencias crees que puede tener tu preocupación?, ¿Por qué crees que esto te preocupa tanto? Debemos indagar en la medida en que sea posible.

Desde nuestra perspectiva y nuestra edad, puede que ese problema no signifique nada para nosotros, por ello siempre debemos tener presente el periodo evolutivo en el que se encuentra cada persona.

Seguro que esa preocupación tiene una solución, pero es mejor que los niños sientan que pueden expresarse y que cuentan con la ayuda y con la atención de aquellas personas que son sus referentes.

¡Ojo! No se trata de que ante estas situaciones tengamos que ser los adultos los que, en lugar del niño, busquen la solución al problema, pero si es bueno que los niños sientan que tienen con quien expresarse y que tienen a alguien en quien confiar cuando algo va mal o les preocupa.

  • Dejemos a un lado las comparaciones.

 “Yo a tu edad no tenía nada de lo que tienes tú ahora”, “Yo a tú edad trabajaba y estudiaba”, “Yo a tu edad no me podía permitir tener un móvil de última generación”, “A mí mis padres no me hacían el caso que yo te hago a ti”.

El comparar nuestra crianza, nuestras circunstancias, la manera en la que fuimos educados, las oportunidades que tuvimos etc. pueden conllevar que colguemos responsabilidades a los niños que no les corresponden, generar grandes sentimientos de culpa en ellos, o no hacerles sentir a la altura de lo que se esperaría de ellos si hubiesen vivido en otra época.

En lugar de utilizar estas expresiones a modo de reproche, podemos inculcar en los niños el agradecimiento. Hacerles ver que son afortunados por todo aquello que pueden tener ahora, pero sin compararlos con nosotros.

De la misma manera, esto sucede con las comparaciones entre hermanos o entre iguales. Las comparaciones suelen hacerse resaltando lo bien que alguien hace algo, y lo mal que alguien hace algo, de manera que siempre habrá alguien que se sienta peor o inferior.

Puede hacer en algunos casos que la persona que se lleva la parte “mala” de la comparación se desmotive o no se sienta valorado. La realidad es que, a veces, aún haciendo el mismo esfuerzo los resultados pueden ser muy diferentes. Por ello, es injusto comparar el esfuerzo o las metas conseguidas de cada niño. La alternativa a esa “humillación” puede ser emplear el acompañamiento e inculcar la capacidad de superación. Resaltando las potencialidades de cada niño y trabajando en las dificultades, siempre de manera individual y personalizada.

  • Tengamos en cuenta las emociones.

Cuando uno está nervioso, frustrado, agobiado, etc. puede dar contestaciones que estén fuera de lugar. Esto es algo que sucede muy a menudo en la adolescencia. Si nos encontramos ante una situación en la que el niño o el adolescente nos responde gritando o de maneras que no son las adecuadas, encontramos que muchos adultos responden de la misma manera “¡A mí no me grites!”, “Pero quién te crees que eres”, y esto solo hace que la situación empeore.

En lugar de adoptar esa posición podemos optar por tratar de mantener la calma y esperar a que sea el momento adecuado para iniciar la conversación para solucionar el problema. De este modo, cuando la situación esté más calmada podemos emplear frases del tipo “Mira, antes me has contestado mal y me gustaría saber qué te pasa. Que me hables así no me hace sentir bien, entiendo que igual estás disgustado así que si quieres que hablemos del tema cuenta conmigo”. Se trata de que entiendan que contestar así no está bien y no nos hace sentir bien, pero desde el respeto y la educación, predicando con el ejemplo.

  • Comunica tus necesidades.

“Es que en casa no cuentas nada”, “Solo te relacionas con tus amigos”, “Parece que vives en una pensión, solo sales de tu habitación para comer”. Detrás de estas expresiones se encuentra la necesidad de que nuestros hijos pasen más tiempo con nosotros, cuenten más con nosotros, que confíen en nosotros, que nos hagan partícipes de su vida, etc. pero expresándolo de esa forma solo conseguimos que los niños se sientan atacados y obtenemos el resultado contrario a nuestra necesidad.

Debemos elegir el momento adecuado y cambiar esas expresiones por una comunicación más amable y asertiva, expresando aquello que necesitamos: “Me gustaría que pasemos más tiempo juntos”, “Me gusta saber de ti”; “Me gusta cuando hacemos planes juntos”. De esta manera, favorecemos la comunicación sin juzgar y sin ataques.

  • Aprendizaje vicario: somos el espejo donde se reflejan nuestros pequeños.

Este tipo de aprendizaje fue definido por Bandura, también es conocido como aprendizaje por observación o imitación.

Pone de manifiesto la importancia del modelo de conducta que predican los padres sobres sus hijos, el profesorado sobre el alumnado, etc.

Los más pequeños tienden a imitar las conductas de sus personas próximas. De este modo, si un niño es gritado cada vez que hace algo mal, entenderá que los gritos son la forma de solucionar los problemas, y lo llevará a cabo en su día a día. Debemos trabajar en aquellos valores que queremos que la infancia herede. Si para nosotros es importante el valor del respeto, entonces deberemos predicar con el ejemplo y llevar a cabo conductas que se identifiquen con nuestros valores.

Si te interesa saber más sobre este tema, puedes descargar nuestras guías gratuitas:

Mi hijo me pega ¿Qué hago? Ó Los hermanos discuten mucho ¿Qué hago?
En el siguiente enlace e-books-y-guías

Por otro lado, abordamos en un artículo anterior el abuso infantil cotidiano, analizando 18 situaciones reales en tan solo 4 días de observación. Si quieres leer nuestro artículo pulsa aquí.

Sarah Leal Gómez
Verónica Pérez Ruano